Crítica de "La Cabaña Siniestra", la película de Severin Fiala, Veronika Franz
Por Redacción
Publicado el 19/11/2021
Una de las más angustiosas películas de terror de los últimos años que pasó desapercibida por nuestro país
A veces, la mejor definición para una película es cómo te hace sentir en el momento que se encienden las luces de la sala. Otras veces, esta sensación se puede describir con una imagen, una metáfora. En el caso de The Lodge (Veronika Franz & Severin Fiala, 2019), lo más parecido a pasar por su mundo es lo que se siente a caminar por el hielo: un lugar en apariencia tranquilo y sereno, sostenido por una fina capa que se resquebraja paso a paso. Un lugar peligroso, amenazante e inseguro. Parecía obvio, pero había que confirmarlo: los directores de Goodnight Mommy vuelven a transformar el hogar, la familia y el costumbrismo en un infierno alimentado a fuego lento.
Este hogar es, en concreto, el de Aidan y Mia, dos hermanos que viven con dificultad la separación de sus padres. Tras una horrible tragedia familiar, los niños se verán obligados a pasar las navidades con su padre y la novia de éste, única superviviente de una secta ultra-cristiana. El albergue del título les dará cobijo en unos días que se volverán más y más complicadas, especialmente en el momento que el padre deje a sus hijos con la nueva “madrastra”. Con estos ingredientes, la tormenta de nieve que se desatará en el exterior será solo un aperitivo de lo que pueda llegar a desatarse tras las paredes del refugio.
Decir más sería arruinar la experiencia de una de las películas más inquietantes del año. Los realizadores austríacos recurren a lugares similares al cine de Yorgos Lanthimos o Ari Aster, ambos a su vez grandes ladrones del malrollismo made-in-Bergman. Jugando con el punto de vista, las convenciones del cine de terror y las expectativas que estas generan, Franz y Fiala colocan al espectador en un lugar al que no suele estar acostumbrado: podría, en cualquier momento, pasar cualquier cosa… o no podría pasar nada en absoluto. Lo que algunos acusarían de tempos muertos es en realidad una brillante construcción que hermana el espíritu de la película con la del auténtico cine de terror.
Juega duro: su paleta de colores es fría como la nieve, el diseño de producción está afilado con mimo y la planificación es sutilmente agresiva. Planos abigarrados, continua sensación de aislamiento y conversaciones que son en realidad dardos envenenados. Pero el verdadero corazón de la película son sus personajes, ambiguos y llenos de secretos. Un reparto en estado de gracia, especialmente el del trío protagonista, cuyo juego de confianza se construye como un castillo de naipes a punto de volar a la mínima bocanada de viento. Como dejan claro en sus primeros minutos, una pequeña casa de muñecas manejada por un Dios sin piedad.
Simbología cristiana a parte, The Lodge cocina su delicioso guiso a fuego lento para conservar al máximo todo su sabor: amargo cuento, a veces fábula, a veces terror, a veces drama psicológico, definitivamente delicioso. Un paso adelante para unos directores que ya apuntaban maneras en ese aparatoso lugar entre los cineastas europeos de festival y los “elevated horror” que tanto funcionan en las salas. Quizás no sea una película fácil, pero sí tiene un objetivo sencillo: incomodar, revolver y finalmente soltarte con mal cuerpo hacia un mundo que, una vez encendidas las luces de la sala, parezca por unos segundos sustentado por una fina capa de hielo.
Lo mejor: la dirección es excelente, especialmente en como funciona su reparto.
Lo peor: su juego de teorías puede llegar a despistar.
Por Carlos J.Marín
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